Bienvenidos a mi sinfonía de colores

martes, 12 de enero de 2010




LA PRINCESA Y EL GUISANTE

Ella llamó a la puerta:
- Toc ! Toc !
- ¿Quién es?
- ¿Sería, por favor, tan amable de cobijar de la tormentosa lluvia a una chica con una piel nacarada que empieza a pudrirse?
- Oh! Por supuesto! Entre.
- Se lo agradezco.

Hasta aquel entonces, los días habían sido espléndidos y claros, con los ruidos característicos del chapotear de las ninfas de agua, o el repiqueteo en los troncos de los pájaros carpintero durante el día, y los misteriosos cantares de los búhos acompañados del inaudible chillido de los vampiros en la noche. Por ello, por disfrutar de las profundidades de lo natural, muchas chicas y chicos solitarios habían salido a pasear. Las princesas aburridas en sus modestos castillos de media milla de longitud, también se habían dispuesto a experimentar algún tipo de aventura que no fuese bailar hasta altas horas de la noche con príncipes azules o de otros colores; o desayunar apetitosos y utópicos manjares cubiertos por un sombrero de espumosa capa de nata montada con fina y rigurosa decoración de sirope de chocolate, caramelo o fresa, rociados con atrayentes perfumes afrutados, dispuestos matemáticamente en infinitas bandejas, y esponjosas nubes de algodón rosáceas, azuladas, blanquecinas y comestibles rondando y volando por toda la habitación.
Todos los chicos y chicas, alejados de sus hogares, se divertían y gozaban de la nebulosa de magia que emanaba la madre naturaleza en pleno bosque, en busca de lo que cada uno viese oportuno. Pero un mal día, una gota aterrizó sobre la cáscara de media nuez, en ese instante cayó otra y otra y otra gota, así hasta que, la lluvia no cesó hasta pasado un mes.
La lluvia empañaba los ojos, así que otear el horizonte les era casi imposible.
Los chicos y chicas se refugiaban donde podían, unos en una osera deshabitada, otros bajo la rama de un árbol, algunos iban equipados y llevaban paraguas, pero aun así se mojaban y otros se tapaban los ojos para no ver la lluvia y así no mojarse.
La lluvia había dejado pasar a la noche, y todo era agua y más agua y oscuridad y más oscuridad.
Una de las chicas llamó a la puerta.
Fue bienvenida. Y ella lo agradeció infinitamente, pues su piel no habría dado más tregua. Tuvo la gran suerte de hospedarse en una enorme casa y muy bien amueblada, con distinguidos objetos de gran valor.
Aquella casa, tenía una habitación para huéspedes, y además muy acogedora,
aunque no tanto como las demás estancias, pero no importaba, el cansancio impedía tratar con la curiosidad y la crítica.
La suerte no acababa ahí, porque todos los invitados que alguna vez se alojaran en aquel agradable hogar disfrutarían de un gran tazón de leche caliente con galletas de diferentes sabores, ¡hasta con sabor a cabello de hada madrina!
La chica había estado deambulando todo el día, y el cansancio le acorralaba. Pronto dio las buenas noches a sus salvadores inquilinos de aquella casa y con caminar ebrio a causa de su agotamiento fue hacia la habitación. Se tumbó en la cama.
Al día siguiente, la lluvia seguía abofeteando la ventana y la chica ya se había puesto sus botas.
Como era de esperar, la dueña de la vivienda preguntó qué tal había pasado la noche:
- Pues a decir verdad, no he podido dormir nada, ni siquiera cuando las aves nocturnas, habían cesado su canto. Incluso esta mañana me he mirado al espejo y éste, al verme, se ha roto. Creo que algo me incomodaba durante la noche.
- Bravo, hemos encontrado a una princesa!
Daba la casualidad de que aquella dueña, era una reina, nada más y nada menos que la reina Grandezza. Además tenía un hijo en edad casamentera y el tiempo apremiaba, había que empezar a buscar chicas que fueran auténticas princesas. La reina había decidido colocar en la cama de la habitación de invitados un guisante de su propia huerta, con éste sabría si la chica era especial, una princesa de verdad con las típicas quejas de las princesas o por el contrario una simple dama, que no merecía la mano de su hijo.
Sus deseos fueron cumplidos. Aquellos desesperantes días tan lluviosos y tan grises habían ayudado a la reina a encontrar lo que tanto ansiaba, una princesa, alguien especial.


Y recuerda, seguro que eres especial porque dormirías en esa cama con ese guisante, te levantarías al día siguiente, te mirarías al espejo, y también lo romperías.


Alyzia Zherno

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