Bienvenidos a mi sinfonía de colores

domingo, 10 de enero de 2010







LA ESCOBA QUE ESPERABA

Allá, en la falda gris de la montaña Lejosía, yacía una retirada casucha pequeña, algo desbaratada al parecer desde hacía no mucho tiempo. Estaba rodeada de paredes de jaulas de loro entrelazadas, a modo de valla con una puerta para poder acceder a la casa. El jardín que se ubicaba entre la valla y la morada, tenía un pequeño camino zigzagueante hecho de piedrecillas, que empezaba en la puerta de la valla y terminaba en la puerta de la casa, lógicamente. Todo el jardín estaba lleno de hierbajos cuidadosamente pintados uno por uno (probablemente para dar un poco de color), y pequeñas zonas con cenizas que inundaban toda la parcela. También se encontraba en un lateral del jardín, un pequeño y peculiar árbol con una rama torcida y dos pequeños agujeros en la zona media del tronco.
La fachada de la casa no sería muy destacable, sino fuera porque estaba pintada de enredadera y la puerta de entrada era de color rojo con motitas negras. Al abrir la puerta y entrar, se desprendía un repentino olor a penetrante humedad cocinada. El interior de ella se veía habitable. Al ser una vivienda tan pequeña, sólo tenía lo imprescindible, un recibidor en el que las ventanas tenían como cortinas huesos de cola de lagartija, una habitación, o más bien un cuchitril con una cama de esas que chirrían con la rozadura del vuelo de un mosquito, un cuarto de baño, una habitación cerrada con candado y una cocina. La cocina parecía ser el lugar más habitado, pues era el espacio más amplio de la casa, además tenía un cierto desorden, como si hubieran estado trajinando justo antes de salir de aquel solitario hogar. En una de las paredes de la cocina se podía ver una gran chimenea, con cazuelas colgadas y calderos ubicados al lado del hollinado fogón. En uno de los rincones, apoyada en la pared, se hallaba una escoba. Si fuera humana, diríamos que era anciana. Las tiras del manojo de palma empezaban a enroscarse como los pelos de una poblada y larga barba blanca de un viejo pensador. Y el palo de la escoba estaba algo curvado. La escoba, era el único objeto de la estancia que parecía tener un hálito de vida, como si todo lo demás fuera parte de un escenario, y ella el invitado a un lugar desconocido. Daba la impresión de que llevaba adormilada algún tiempo, parecía esperar a ser utilizada de nuevo, como tantas veces lo habría hecho. Todo el tiempo que hubiese pasado y fuera a pasar, la escoba seguiría allí, inmóvil y sin molestar. Los grillos empezaban a inundar el campo con sus conversaciones, y eso marcaba la hora en que la luna se desperezaba para salir a trabajar.
Pronto la oscuridad se tornó grisácea, y luego anaranjada, y más tarde brillante con la luz del sol. Aquella casa seguía deshabitada por la persona que la habitaba. Pasaban las horas claras y las horas oscuras, y todo seguía esperando. La casa cada vez se veía más pequeña, porque los hierbajos crecían sin cesar. El interior se veía más polvoriento y más oscuro.
Y la escoba, ese único objeto que parecía diferente a los demás, acabó lentamente por formar parte del escenario.



Esta es la historia de todas las escobas que esperan y esperan. Y que han quedado huérfanas de dueña, por haber sido ésta quemada en la hoguera.



Alyzia Zherno

No hay comentarios:

Publicar un comentario

contador de visitas
relojes para blogreloj para web